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Fútbol de ayer, hoy y siempre

por IGNACIO BENEDETTI 
Nuestro tiempo es el de la euforia y la histeria. Con lo bueno y lo malo. Pero es la precocidad la mayor característica de esta época. Vivimos apurados, no “tenemos tiempo” y cuando alguna actividad nos obliga a volver a la paciencia, inmediatamente la rechazamos o cuando menos la miramos de reojo.
Estos son también los tiempos del fútbol. Existe una oferta extraordinaria de partidos en la televisión y en internet. Termina un juego en España e inmediatamente volteamos para observar uno en Inglaterra. Luego pegamos el salto para ver uno de fútbol venezolano y finalizar con alguno de Argentina. Cuando todo este maratón finaliza, cambiamos de canal para sintonizar el noticiario y no perdernos los goles y los resultados que complementen lo observado durante el día. Pero, ¿nos damos el espacio y el tiempo para la reflexión? ¿O, alimentados por la ansiedad, repetimos frases que escuchamos en alguna de las transmisiones y que nos hacen sentir cómodos?
No sé si en algún momento nos hemos planteado qué es el fútbol. Hay muchas y extraordinarias definiciones, como por ejemplo aquella en la que Dante Panzeri lo describe como “el más hermoso juego que haya concebido el hombre, y como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la vida cooperativista”. Puede que todas ellas apelen a una emergencia más académica que sentimental, sin abandonar la noción de que nos referimos a una actividad humana, en la que están involucrados sentimientos y sensaciones que en la mayoría de los casos no podemos ni siquiera identificar.
El fútbol es una ocupación que nos ofrece una ventana a nuestra infancia, a lo más puro del espíritu humano; una etapa en la que, por ejemplo, para forjar una amistad sólo es necesario compartir el gusto por algo tan sencillo como una camiseta o un caramelo; una vez aceptado, este nuevo aliado se convierte en alguien que nos entiende, que comparte con nosotros, pero sobre todo, en un compañero de alegrías y tristezas.
A medida que vamos acumulando experiencias en esta travesía que es la vida nos convertimos en seres cínicos, desconfiados, mentirosos y apurados. No hay tiempo para entablar nuevas amistades, y cuando alguien se nos acerca sospechamos de sus intenciones. Es aquí donde el fútbol evidencia lo mejor de nuestra esencia. Porque, al igual que el gusto por el caramelo o la camiseta, nuestra fascinación por este juego se basa justo en eso, en la superación, así sea por un par de horas, de todo aquello que nos va nublando la existencia a medida que pasan los años y que sólo una actividad tan hermosa como este deporte está en capacidad de reafirmar aquellas viejas emociones.
Cuando jugamos asumimos de manera inmediata que quienes integran nuestro equipo son parte de una nueva familia; sabemos que nos cuidamos los unos a los otros y que cualquier discusión será pasajera, porque al fin y al cabo es la familia el único espacio donde nos sentimos arropados y protegidos. En esos minutos de juego no pensamos en singular sino en plural, somos parte de un colectivo y los momentos de euforia sólo serán tales si benefician a ese grupo que integramos. No es una postura, es lo que muchos definen como sentido de pertenencia.
Cuando vemos fútbol el sentimiento es aún más fuerte, porque quienes están en nuestro bando son nuestro apoyo durante noventa minutos, pero a ellos se le suman los jugadores, esos que no conocemos personalmente pero que son nuestros, es decir, son familia. Y creo que aquí llego al quid de la cuestión: el fútbol nos gusta porque derrumba las barreras que vamos construyendo a través de los años y nos remite a tiempos en los que sólo nos dedicábamos a sentir y a vivir, sin miedos, prejuicios ni cronómetros.
Por ello es que no me atrevo a acercarme a las extraordinarias definiciones que se han hecho de este juego. Panzeri, Eduardo Galeano, Martí Perarnau, Diego Latorre, Laureano Ruiz, Óscar Cano, Albert Camus… todos ellos con la importancia que merecen y la jerarquía que usted decida otorgarles, han definido esta actividad de maneras y formas que yo no soy capaz.
Mi única intención es que recordemos las sensaciones y las imágenes que conforman este juego e invitarlo a pensar y darse usted el tiempo de hacer su propia reflexión, que al fin y al cabo será tan o mas importante que cualquiera, porque será producto de eso que perdemos con los años y que tanta falta nos hace: el amor por el juego.
* Ignacio Benedetti.

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