En vísperas del cumpleaños número 445 de nuestra querida ciudad de
Santiago de león de Caracas, quiero compartir con ustedes una serie de
artículos que he venido recopilando para esta ocasión, comenzando con
“Los Paseos de Aquel Caracas” de Lucas Manzano, el cual nos transportará
a los lugares de recreación de la Caracas de Antaño.
“Si para pergeñar esta crónica es de rigor someternos al orden
cronológico, tendremos que remontarnos al año de 1785, al filo del cual,
los elegantes del mundo caraqueño frecuentaban, provistos de alimentos y
refrescos, los sitos de moda que figuraban “La Palomera”, al final de
“La Roca Tarpeya”; “La Estancia de los Tovar”, en “Coticita”; el
pintoresco bosque de “Los Mecedores” bañado por las aguas del cristalino
Catuche, bajo el cantar de los pájaros y el rezongo de los araguatos;
la laguna de “El Rincón” de El Valle, formada por aguas de lluvia y la
acequía de Don Guillermo Espino, para vitalizar sus cañaverales que
luego convertía en aguardiente, papelón y azúcar en el “Trapiche Ibarra”
de grata recordación para los amantes de lo cañameral ; “El Calvario”,
por cuyas avenidas paseaba su arrogante figura de •gladiador” romano el
Presidente Guzmán Blanco, cuya diligente acción encaminó para imprimirle
belleza a la colina donde culminaban las procesiones llevadas desde el
templo de San Jacinto, para que a los caraqueños les fuesen perdonados
sus pecadillos.
“Gamboa” y “San Bernardino” se dieron el regalo de ofrecer en sus
lagunetas sombreadas por bambúes, tintes de esmeraldas, donde se oyeron
turpiales y guacharacas y las armonía del “arpa vanada”, arrancadas por
aragüeños al “Jarro Mocho” de Vollmer compositor, que no obstante los
años transcurridos, reanima con el reír de las maracas y el rezongar de
los bordones para demostrar que si aristócrata era el autor, también
solía echar sus canitas al aire entre la moza que escobillaba un “golpe”
toda llena de gracia como el sol mañanero.
Tenían los hombres de aquella cercana antigüedad otro lugar de recreo
que el Presidente General Crespo visitaba cuando jineteando su caballo
alazán excursionaba hacia los pastizales del “Hato de Cútira” donde
engordaban las reses de sus potreros, arriadas hacia el centro para
alimentar a quienes comían completo, porque tenían con qué. En Santiago
de león de Caracas. El Presidente se detenía frente a “La laguna de
Catia”, madre generosa del “Caruata”, aprendiz del río, que en más de
una crecida enlutó hogares con su impetuoso y turbulento correr.
Para admirar cuanto de pintoresco tenía los patos silvestres y otras
variedades, hombres y mujeres frecuentaban los paseos de aquel Caracas,
“que se murió de amores como la desdicha de Elvira” y estuvieron vivitos
y coleando refiriendo la emoción recibida en aquellos lugares, cuando
la nieve de los años había cubierto sus testas reverentes. Hacían su
aparición en los paseos favoritos, Don Octavio Escobar Vargas,
“Gentleman” que hasta el último día de su honesto vivir, recorría la
ciudad trajeado con paltó levita color de flor de romero, el fino tirolé
amoldado en forma que ningún otro mortal usara, en el ojo derecho el
brillante monóculo, y para complemento de su indumentaria, las guetas
blanca sobre las botas de charol, que le daban el relieve que pocos
hombres de su época tuvieron como él. Lugar favorito de Don Octavio era
su residencia campestre marginada con la ribera sur del Guaire y el
camino que conduce hacia La Vega. Para tormento suyo emplazaron allí, en
el año de 1911 la India, desnuda de cabeza a los pies, sobre pétreo y
corpulento Chaguaramo, que lleva el nombre de Monumento de Carabobo. Don
Octavio fue además uno de los siete columnas formidables del “Club
Concordia”.
Las muchachas se daban el lujo de concurrir a los pic-nics celebrados en
los citados paseos, trajeadas de “punto en blanco”, lo que obligaba a
los concurrentes del sexo contrario a vestir “americanas” bien cortadas y
en ocasiones paltó levita, pues señores hubo tan aferrados a estas
prendas de vestir que se les desprendían del cuerpo únicamente para
dormir.
Los paseos del viejo Caracas desaparecieron para dar cabida a cosas
modernas que embellecen la ciudad como no lo soñaron los hombres de
viejo tiempo.
Del pintoresco bosque de “Los mecedores”, no quedan ni las huellas; se
ven si y eso de cuando en vez, seminaristas del vecino colegio y los
valientes que, bajo la creencia de que Catuche nunca más traerá agua en
abundancia para nutrir el Guaire, fundaron viviendas en las propias
márgenes de la quebrada.
En el área de la que fue la “Laguna de los Chaguaramos” luce
elegantemente la mole del “Hotel El Avila”, y la urbanización San
Bernardino.
Aquellos lugares dejaron recuerdos que evocan complacidos, los muchachos pasados de las sesenta primaveras.
Quien presenció el gracioso incidente ocurrido cierta noche en la laguna
de “El Rincón del Valle” entre el Dr. Crispín Yépez, Guillermo Elizondo
y otros miembros de la aristocrática cuerda, reirá al añorar el suceso.
Esa noche paseaban en bote el Dr. Crespín y una hermosa dama nativa de
París, cuando Elizondo por broma le interceptó el esquife que echó al
agua la preciosa carga humana.
Don Crispín braceaba con su remo y protegía su presa disparando su
revólver sobre sus amigos, que, a Dios gracias, no recibieron un
impacto.
Despojados los náufragos de la indumentaria ensopada surgió la rubia
champaña que arregló las cosas como era de rigor entre amigos.
Ahora está en la plenitud de sus éxitos los paseos “El Pinar”,
embellecido con su Jardín Zoológico y su Fuente de Soda; el viejo pero
remozado “Calvario” que supera todo a lo que fuera en sus mejores años y
el imponderable Sistema de la Nacionalidad, expresando con el
categórico lenguaje de lo que no es para ser discutido, que supera con
lujo de detalle a los más modernos paseos de allá y acullá…
Hacienda Gamboa |
Hacienda Ibarra |
Laguna de Catia |
El Calvario |
Cortesia de Guillermo |
El Pinar |
La Mole del Hotel El Avila |
Fuente: Tradiciones Caraqueñas de Lucas Manzano
Crónicas de Antaño 1951
Libro Póstumo/ Publicado en 1967
Empresa el Cojo S.A. Caracas
Empresa el Cojo S.A. Caracas
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