Bajando por Sanchorquiz por el
llamado Camino Real de los Españoles lo primero que se encontraba era el
Polvorín y Los Mecedores Sanchorquiz es una corruptela de Don Sancho
Alquiza, Gobernador de Caracas que tenía allí una estancia para ir a
pasar los días bochornosos del verno. A la izquierda del viajero se
podía contemplar los paredones y Cipreses del Cementerio de los Hijos de
Dios, el cual ha debido conservarse pero desafortunadamente fue
abatido por el afán de urbanizar esa típica zona, como pasó con multitud
de viviendas que eran un claro exponente de la arquitectura colonial.
Los Mecedores eran sitio de refugio en los años de nuestra niñez. Allí
entre las lianas o bejucos nos columpiábamos a nuestro antojo, para más
luego irnos a refrescar en una límpida caída de agua que resbalaba por
una pared natural de granito . O nos íbamos a montar papagayos o cometas
a la Sabana del Blanco, sanas y agradables costumbres, gratas al cuerpo
y al espíritu, hoy caídas en desuso.
Trepar las faldas del Ávila era uno de nuestros deportes favoritos. No
existía cueva o rincón en Galipán que no conociéramos, lo mismo en toda
la fila de la cordillera hasta la propia Silla de Caracas o el Picacho
de Naiguatá; desde esos sitios contemplábamos el cuadrilátero como un
enorme tablero de damas, rodeado de una verde y lujuriante vegetación
cortada a trechos por las límpidas ninfas del Catuche, del Anauco o del
Guaire, en cuyas márgenes la heráldicas palmeras, abanicadas por la
brisa, jugueteaban con las blancas palomas que en tropel surcaban el
cielo de aquel Caracas, mientras que los viejos y queridos techos de
rojas tejas cubrían los hogares donde se veneraba a Dios, y donde nadie
osaba penetrar , respetando la sana tradición venezolana de la
propiedad.
En las noches de luna, en la agradable compañía de nuestro desparecido y
fraterno amigo Raúl Carrasquel y Valverde, nos encaminábamos por
estrechas calles y largos callejones pastoreños, rememorando los viejos
tiempos, idos hasta en el recuerdo: Raúl tenía pasión por esta
parroquia, allí fundó su hogar en la grácil compañía de Iraida Regina.
Ambos ya no están con nosotros, pero pueda ser que al filo de la
medianoche materializados con niebla del Ávila, vuelvan a transitar por
el Boulevard Brasil y tomados de la mano contemplando de nuevo la
Caracas de antaño. La de la Cruz de Mayo, la de la Semana Santa, la de
los nacimientos y villancicos, la de San Silvestre con un tronar de
morteros y campanadas echadas al vuelo, mientras el bronce del
Libertador galopa eternamente en la mente patriótica de todos los
venezolanos.
En la parroquia de La pastora en el sitio llamado La Puerta de Caracas,
existió un almacén de la Compañía Guipuzcoana cuya casa Matriz ocupaba
dos inmuebles de la hoy Avenida Urdaneta, posiblemente en el mismo lugar
donde hoy está el Banco Central de Venezuela.
Don Diego de Lozada hizo construir dos ermitas, una, la de San Mauricio
en la esquina de Carmelitas, y la otra la de San Sebastián, en la
esquina de Santa Capilla. La imagen de San Mauricio en estampa, que
había sido encargada a Castilla, fue conducida en procesión a su ermita
(Actas de Cabildo, tomo II) la cual años después fue presa de las
llamas, pasando el culto de este santo a la Ermita de San Sebastián. (En
la actualidad Santa Capilla) . Algunos escritores han supuesto que la
Ermita de San Mauricio quedaba frente a la de San Sebastián, lo cual es
inexacto, esta confusión debe obedecer a que la única ermita en esta
esquina tomó el nombre de los dos santos por las razones ya expresadas, y
más luego fue conocida como San Mauricio a secas, igualmente en la
esquina en cuya parte sur-oeste existió la Comandancia de Armas y el
Cuartel de San Mauricio. Igualmente se ha pretendido que existía un
pasadizo subterráneo entre éste y la Iglesia de San Francisco, lo cual
cabe dentro de la leyenda; en verdad existió un subterráneo usado como
polvorín.
En las memorias de Obras Públicas de 1875, ocurre una resolución del
Ministerio de Fomento ordenando reformar el ya citado cuartel y
nombrando una Junta de Fomento compuesta por los señores Generales
Víctor Rodríguez, Pedro Arismendi Brito y A. Loutowzky . El presupuesto
presentado montaba una suma de seis mil cincuenta venezolanos, con diez
céntimos. El Cuartel de San Mauricio sufrió grandes reparaciones, debido
a que el Gobierno del General Cipriano Castro había dispuesto que
sirviera de oficinas de Telégrafo Nacional, el cual funcionaba
anteriormente de Torre a Principal. Muchas personas son partidarias de
derrumbarlo y en su lugar construir un parque, la idea sería plausible
si se hiciera de inmediato, pero existe el peligro que al igual que San
Jacinto y la Torre, se convierta por saecula saeculorum en un
estacionamiento de automóviles, que con los ranchos de los cerros afean
enormemente la ciudad.”
Fuente: Portal del Cuatricentenario
De Nicolás Ascanio Buroz
El Universal /Agosto de 1963
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