Por José Roversi
Una
de las ventajas insospechadas de que tus padres se divorcien es que
terminas teniendo una doble agenda social y cultural cuando eres niño.
Es así que los fines de semana nos íbamos a casa de mi padre: uno de
esos apartamentos loquísimos de Parque Central con dos pisos, cocina de
plástico verde y aire acondicionado central. Como mi papá era amante del
cine, gran parte de nuestro tiempo juntos lo pasábamos viendo
películas; y sobre todo en una sala: el Radio City.
No hubo en Caracas ningún cine como el Radio City (aunque sí muy bellos, como el “Principal”) y me resulta increíblemente doloroso que ahora sea un centro de apuestas. Sólo en Venezuela somos capaces de semejante barbaridad. No hubo institución cultural de ninguna naturaleza (¡y mira que hay instituciones culturales en Venezuela!) que protegiera este patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad, ya bastante huérfana de referentes.
Por “asomao”, terminé metiéndome en el Radio City mientras se desmontaba su historia y desvaloraba su mera existencia. Los obreros, indiferentes, machacaban la estructura a mandarriazo limpio.
Por una pequeña suma de dinero, me permitieron llevar conmigo un recuerdo, como los dolientes que llevan consigo algo de sus muertos. Tomé unas grandes y doradas letras “decó” de madera que adornaban las puertas y que por un tiempo decoraron la entrada de mi casa: RC.
En el Radio City, con su gran
pantalla flanqueada por sirenas y su foyer, vimos “Radio Days” (Woody
Allen), “Volver al Futuro” (Steven Spielberg), “Ifigenia” (Iván Feo) y
“Gandhi” (Richard Attenborough), sólo por citar algunas de las que
recuerdo mas vívidamente.
No digo que las cosas deban quedar
congeladas en el tiempo (como en la Habana) pero si al menos tratarse
con consideración y sentido conservacionista de aquello que vale.
En Venezuela, bien sea por el desdén con que los gobiernos enfocan el asunto del patrimonio cultural, bien por el excesivo afán de lucro de ciertos empresarios (lo más probable por la conjunción cómplice de ambas) hemos arrasado nuestra memoria arquitectónica. No sé que habrá sido de la suerte de mi otro viejo y querido amigo, el cine “Principal”, único cine de Caracas en que podías detenerte por la tarde a ver viejas películas mexicanas en un entorno de época. Quién sabe, escuché que querían nuclear allí una iniciativa relacionada con el cine. Si así fuere, que Dios y la patria lo premien; si no, bueno, si no nada. Qué le vamos a hacer.
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